Cuenta la leyenda que el vikingo noruego Ingólfur Arnarson (849-910), al acercarse a tierra desconocida, ordenó arrojar sus öndvegissúlur (postes de su sillón de caudillo) al mar. Su intención era establecer el asentamiento allí donde fuera a parar la madera. Tres años después dos de sus esclavos los encontraron en una bahía y decidieron asentarse ahí y bautizarla Reykjavik: bahía humeante.

Pues aquí aterrizamos hace unos días Dani, Eva y yo dispuestos a conocer este asombroso país (bueno, y algunos a trabajar también). En total seis días llenos de aventuras.