Nunca se me olvidará cuando, después de dar a luz a Samuel y que me subieran a la habitación, Dani se desplomó sobre el sofá y dijo:
—¿Cómo podemos estar tan cansados, Clara? ¡Si hoy no hemos hecho nada!
Esta frase (que pasará a la Historia), me produjo una mezcla entre gracia y ternura. Y es que conozco muy bien esa sensación que tuvo que vivir a lo largo de todo el día: la impotencia.
Impotencia
- Porque un ser querido está retorciéndose de dolor y no puede hacer nada. ¿Sabéis cuando vuestro hijo está malito y daríais lo que fuera por poder cambiaros por él y pasar vosotros por ese trance? ¡Pues eso!
- Porque no puede controlar que no le pase nada a la madre, el niño o a ambos. No es lo habitual, pero sucede. Y el escenario de gritos y sangre no ayuda a pensar lo contrario.
- Porque se siente como un monigote: ahora ponte esto, ahora sal, ahora entra, colócate aquí o allá…
- Porque ya no hay vuelta atrás: la madre lleva meses preparándose y conociendo a ese bebé, pero en cuanto salga para el padre dejará de convertirse en una ilusión abstracta y le robará el corazón sea como sea ese niño.
- Porque, al menos en nuestro caso, siempre desbarata algún plan de la agenda. Si de verdad estás de parto hay que cancelar. ¿Y si es una falsa alarma? ¿Cuánto hay que esperar para cancelar? ¿Lo haces? Porque si no es hoy puede ser mañana…
Lo sé: no es comparable a lo que pasa la madre. Pero la madre lleva las riendas y sabe hasta qué punto puede o no con la situación. Además, me parece justo escribir sobre ellos (o ellas, la pareja en definitiva) ya que son los grandes olvidados en los partos y tienen un papel fundamental. En mi caso, desde luego, la presencia y ayuda de Dani me sirvieron muchísimo. ¿Cómo pueden hacerlo?
Cómo pueden ayudar (por lo menos a mi)
- Manteniendo la calma. Por esa impotencia de la que os hablaba es fácil ponerse nervioso.
- Coordinándolo todo: familiares, otros hijos, papeleo, etc.
- Distrayendo a la madre en los momentos en los que esté receptiva. No es cuestión de contar un chiste en mitad de una contracción, claro, pero recuerdo el tiempo de dilatación de este último parto entre risas.
- Escuchando y recordando los deseos de la madre. Dani me recordó muchas veces que la decisión en todo momento tenía que ser mía. Cuándo ir al hospital, cuándo comer o no, cuándo contárselo a la familia, si quería o no epidural, etc. En situaciones de tanto dolor y estrés muchas madres se dejan llevar por las opiniones de quienes les rodean, pero es un momento único: no os arrepintáis de las decisiones que han tomado por vosotras.
- Masajeando o aplicando calor en la parte baja de la espalda para mitigar el dolor.
- Sujetando la cabeza durante los pujos. Esto me ayudó mucho porque era un esfuerzo menos que tenía que hacer.
- Emocionándose al mismo tiempo que la madre. No hay nada más bonito que ver cómo tu pareja está en total sintonía emocional en un momento así.
- Animando. Cuando durante el parto de Eva Dani se asomó y me dijo que ya casi estaba, que se veía la cabeza, fue como un «chute» de energía para seguir empujando.
- Cortando el cordón. Es el momento en el que el bebé se separa definitivamente de la madre y comienza a respirar por sí mismo.
- Simplemente, estando ahí. A mí me aliviaba mucho saber que en caso de que algo fuera mal Dani estaría para atender al niño inmediatamente.
Por eso me pongo en su lugar y entiendo que estuviera hecho polvo. Ya lo dicen: ¡un parto es agotador para el padre!
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