Es curioso lo que cambia la percepción de las cosas cuando somos padres. Llevo un par de semanas queriendo contaros esto: mi niña ofrece su comida cuando se la pides. Y no vale con hacer el gesto al aire y un poco de ruido como si comieras, ella te mete bien metido el trozo de pan chuperreteado o la galleta casi derretida en la boca, hasta que considera que ya te has saciado. Si no, mantiene insistentemente su bracito extendido para que pruebes su manjar. No sé si es muy generosa o más bien tipo Cleopatra y nos utiliza como probadores por si el alimento está envenenado, pero es una interacción en toda regla. ¡Pero qué lista es!.
Del mismo modo me emocioné el día que giró la cabeza mientras dormía ella solita, el que quiso jugar a hacerme ella las cosquillas que le estaba haciendo yo en el cuello, el día que hizo la croqueta por primera vez, el que descubrió cómo decir que no o cuando aprendió a gatear. Cualquiera que me conozca podrá confirmar que soy un poco ñoña, pero ni en el más remoto de los casos me hubiera imaginado que me llenaría de orgullo ver a alguien hacer una pedorreta. ¿Serán las hormonas? No, a Dani también le pasa… Entonces es sólo la paternidad, esa mezcla entre alegría y orgullo que te hace pensar cuando ves a tu retoño agitar un sonajero por primera vez en lugar de comérselo: ¡pero qué lista es! ¡esta niña va a llegar muy lejos!
Supongo que cada vez nos sorprende menos, nos vamos acostumbrando, porque si no estoy segura de que me va a dar un infarto el día que mi pequeñina se case o tenga un hijo. No sé si en el futuro será más o menos lista, más o menos habilidosa o más o menos cariñosa, yo de momento voy a seguir emocionándome con cada pasito que de y pensando: ¡pero qué lista es!.
Laura
Ooh que bonito! Seguro que yo igual!